ZARAGOZA. Tenía aspecto de profesor universitario.
Y si lo hubiéramos imaginado con hábito podría haber formado parte del casting de la película 'El nombre de la Rosa', aunque sus variadas facetas lo aproximaban más que a la Edad Media al hombre del Renacimiento.
A lo largo de los últimos años hemos ido descubriendo que la presencia de Alberto en cualquier sitio hacía que el acto que allí se celebrase adquiriera un punto más de excelencia.
Lo hemos comprobado sobradamente en nuestras cenas de cine. El restaurante en el que se celebran ha sido plató por el que han ido pasando los menús imaginados por Alberto Sánchez en exquisitas secuencias sugeridas por su inabordable imaginación. Desde aquel primer 'Dry martini' de Buñuel que inauguró esta sección que, dicho sea de paso, puso de moda las cenas de cine en otros festivales, hemos disfrutado con parecida intensidad tanto de la suela de chocolate de Chaplin como de tantas otras delicias salidas de títulos inolvidables como Frenesí', 'Deliciosa Martha', 'Un toque de canela' (de mi señora, diría Alberto) o 'Ratatuille'.
En todas las veladas la liturgia fue preparada siempre con esmero por él maestro Sánchez con una puesta en escena cuidadísima y la sabiduría propia de quien no solo conocía los secretos de la gastronomía sino del que disfrutaba con lo que hacía. Y lo que es mejor del que hacía disfrutar a los que le acompañábamos.
Desde aquellas inolvidables veladas del 'Texto iluminado' en las que Alberto ejercía de anfitrión perfecto, todos hemos ido aprendiendo de la mano del maestro. Con él y por él hemos compartido mesa en Casa Pascualillo en Zaragoza o en cualquiera de los buenos restaurantes oscenses, descubrimos las tortas Pemán en Uncastillo, escuchamos sus sabios consejos cinematográficos o tomamos nota de sus acertados comentarios sobre la vida de la que era un maestro en disfrutarla. Con él no te aburrías nunca y lo aprendías todo. Su sentido del humor desdramatizaba inmediatamente cualquier forzada severidad. A veces, su ojos eran más reveladores que sus años y por encima de las gafas mostraban el niño que fue, que seguía siendo, que siempre perdurará en nuestro recuerdo y entonces le salía la vena traviesa y divertida que tanto le caracterizaba. Pero por encima te todo, Alberto no conocía la palabra, 'no'. Jamás se negaba a dar lo que le pedías y hacía gala de una generosidad sin límites. Solo su compañía ya era todo un regalo.
No imagino las Jornadas de Cine de La Almunia sin su presencia. Una vez, oí a David Trueba llamarlo "tío Alberto", y es cierto, a todos nos gustaría tener un tío como é1. Dejas en La Almunia muchos sobrinos.
Y un hermano.
JOSÉ Mª PEMÁN MARTÍNEZ
Director de las Jornadas de Cine de La Almunia
*Obituario publicado en Heraldo de Aragón el 8 de octubre de 2009
